17. El hijo del trueno

Todavía me acuerdo cuando vi al Señor por primera vez, era una mañana despejada a orillas del lago de Genezareth, mis compañeros y yo habíamos trabajado toda la noche en alta mar tratando de pescar, pero nos regresamos sin pescar nada

Llegó él, majestuoso, pero sencillo; pensativo, pero alegre; su vestido blanco, muy blanco; su manto azul, muy limpio; su figura esbelta; su paso firme y decidido

Llegó y nos dijo: Mozos, retiren la barquilla un poco; lo hicimos y desde ahí comenzó a predicar a la gente; todos lo oían de buena gana, y nosotros olvidamos la mala noche que habíamos pasado trabajando en vano

Al terminar nos dijo: Tirad la red en alta mar; y Pedro le dijo: Señor, habiendo trabajado toda la noche nada hemos pescado, mas en tu palabra echaremos la red; y cuando lo hicimos encerramos tan gran cantidad de peces, que parecía que la red se rompería

Al ver ese milagro caímos de rodillas a sus pies, y Pedro le dijo: ¡Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador!; mas él nos dijo: No temáis, desde ahora seréis pescadores de hombres; ustedes dos, Jacobo y Juan se apellidarán hijos del trueno

No supimos qué contestar, simplemente le seguimos, y desde ahí, sin proponérnoslo cambió nuestra vida radicalmente, y comenzó para nosotros una vida nueva y maravillosa a su lado, oyendo sus dichos y viendo su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad

Pero una vez que el Señor nos envió a predicar de dos en dos, resulta que Jacobo y yo encontramos a un hombre que echaba fuera demonios en el Nombre de nuestro Maestro; esto no nos pareció correcto, y se lo prohibimos

Al regresar, le platicamos al Señor lo que había sucedido, esperando una aprobación de su parte, pero en vez de eso nos dijo: No tienen por qué prohibírselo, porque el que no es contra nosotros, por nosotros es

Nosotros nos sentimos avergonzados y frustrados; esa era la primera vez que hablábamos, y también la primera vez que nos reprendía el Señor; por nuestro egoísmo primeramente, y también por nuestra intransigencia; nosotros nos propusimos mejor no volver a hablar

Y lo cumplimos, y el Señor nos tomó confianza nuevamente, por eso es que nos atrevimos a pedirle que en su Reino, no reservara los lugares más cercanos a él, uno a su derecha y otro a su izquierda

Pero esto le molestó, porque realmente eso era un menosprecio a los demás, y nos dijo: No sabéis lo que pedís; ¿Podéis beber del vaso del que yo he de beber, y ser bautizados del bautismo del que yo he de ser bautizado? — Sí, podemos — En verdad mi vaso beberéis, y del bautismo del que yo he de ser bautizado seréis bautizados; mas que se siente uno a mi derecha, y otro a mi izquierda en mi Reino, no me corresponde a mí darlo, sino a aquellos para quienes ya está aparejado por mi Padre

Hasta entonces comprendimos nuestra osadía y oportunismo, porque los demás discípulos nos vieron muy feo, y a nosotros nos dio tanta vergüenza, que nos propusimos, por segunda vez, no volver a hablar más      Y lo cumplimos, y el Señor nos tomó confianza otra vez, y nos llevaba siempre, juntamente con Pedro, a donde quiera que iba; como aquella vez que nos llevó al monte de la transfiguración, ¡Qué glorioso fue!: El Señor se transfiguró completamente, sus vestidos fueron blancos como la nieve, sus cabellos como lana limpia, y su rostro como el sol cuando resplandece en toda su fuerza; ¡Claro que valió la pena dominar nuestro mal carácter violento e impulsivo que teníamos!

Y así pasó mucho tiempo en el que Jacobo y yo parecíamos los discípulos mudos, no hablábamos para nada, solo hablábamos con Dios en oración

Pero una vez que el Señor nos envió adelante a una ciudad para avisarles de su llegada, las gentes dijeron que allí no lo querían, y que no querían saber nada del Evangelio

Esto nos dio mucho coraje, y llenos de ira fuimos al Señor, y le dijimos que si nos daba permiso de hacer que cayera fuego del cielo, como hizo Elías, para acabar con toda esa gente pecadora y fanática de una vez por todas; pero él nos reprendió, diciendo: Vosotros no sabéis de qué espíritu sois, porque el Hijo del hombre no ha venido a condenar a las almas, sino a salvarlas

Esta era ya la tercera vez que hablábamos, y también la tercera vez que nos reprendía; esta vez por nuestra incomprensión e intolerancia, y decidimos por tercera vez que ya no volveríamos a hablar en absoluto

Pero un día que estábamos cenando todos juntos con el Señor, él se puso muy triste, porque dijo que esa era la última vez que cenábamos juntos, porque ya se tenía que ir de este mundo al cielo, con el Padre celestial, y que ya no lo íbamos a ver; esto nos entristeció mucho; a mí hasta se me quitó el hambre

Enseguida nos dijo algo que nos hizo estremecer de horror, porque nos dijo: Esta noche uno de ustedes me va a traicionar, y me va a entregar a los pecadores, y ellos me matarán

Esto nos llenó de indignación: ¿Cómo era posible que uno de nosotros lo fuera a traicionar?, si nosotros lo amábamos más que a cualquier cosa, más que a nuestras familias, más que a nuestra vida misma

No pude aguantar más ese mutismo, y recostándome en su pecho, lleno de tristeza le dije: Señor, ¿Quién de nosotros es?, y él me dijo: Aquél es , a quien yo diere el pan mojado; y mojando el pan se lo dio a Judas, y Judas se fue

Luego nos fuimos todos al huerto de Getzemaní a orar, y nuevamente nos llamó a nosotros aparte, a Pedro y a Jacobo y a mí, y nos dijo: Mi alma está muy triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo

Nosotros estuvimos orando un rato, pero luego nos quedamos dormidos, hasta que oímos que venía mucha gente con antorchas y palos para aprehenderlo, y nosotros corrimos asustados a escondernos. Después supimos que lo crucificaron

Ya cuando nos repusimos del susto, y de la corretiza que nos dieron, pensé que cómo era posible que lo hayamos abandonado, comportándonos como unos cobardes, escondidos allí como unos ratones miedosos, mientras que él estaba en la cruz, padeciendo lo que no debía

Entonces indignado les dije a los demás: Vamos a donde está el Señor, tal vez nos necesite para algo, o quizás nuestra presencia mitigue un poco su dolor; pero ellos me dijeron que no era conveniente arriesgarnos también nosotros, y que era mejor ser prudentes

Y allí estuvimos mucho tiempo, o al menos a mí se me hizo mucho tiempo, hasta que ya no pude más resistir ese encierro y me salí de allí inadvertidamente; sabía que estaba poniendo en peligro mi vida, pero qué importaba eso si al fin y al cabo moría al lado de mi Señor

Llegué hasta donde estaba él crucificado, ¡Qué espectáculo tan deprimente!; ahí estaba él desangrándose como si fuera un vil malhechor; ¡Qué ironía!, él ahí y nosotros libres; y todo por nuestra culpa, por nuestros pecados y los de todo el mundo

Me acerqué a él con deseos de hablarle, quería decirle algo que lo pudiera consolar, algo que mitigara su dolor, pero nada se me ocurrió, solo unas lágrimas brotaron de mis ojos, unas lágrimas que quizá le dijeron más de lo que mis labios pudieron haberle dicho; y él me respondió con una leve sonrisa, como diciéndome: Juan, qué bueno que viniste, me da gusto que hayas venido, esto duele mucho

Ahí estaba también su madre María, y dirigiéndose a ella le dijo, refiriéndose a mí: Mujer, he ahí a tu hijo; y a mí me dijo: he ahí a tu madre

Me dio gusto que me hablara a pesar de su situación tan crítica, siempre me daba gusto cuando se dirigía a mí en lo personal, yo sentía como si me amara a mí en especial, sobre todo ahora para encargarme el cuidado de su madre, aquella pobre mujer desconsolada que se deshacía en llanto; claro que sí, Señor; la cuidaré como si fuera mi propia madre

Luego todo se obscureció completamente, el sol pareció indignarse al contemplar aquél horrible crimen, y se cubrió el rostro; la tierra también se estremeció, sus entrañas se conmovieron como una madre, cuando moría el Hijo más precioso que jamás había tenido, las piedras se hendieron, el cielo lloró, los sepulcros se abrieron, y hasta los muertos vinieron a ver lo que había ocurrido: Había muerto el Hijo de Dios: EL SANTO HIJO DE DIOS

Después vinieron Nicodemo y José de Arimatea para sepultarlo, nosotros les ayudamos y yo me fui a donde estaban los demás discípulos

Pero a los 3 días llegó María Magdalena corriendo, y casi gritando nos dijo: ¡SE HAN LLEVADO EL CUERPO DEL SEÑOR! ¡NO ESTÁ!

Al oír esas palabras eché a correr hacia el sepulcro, y Pedro también detrás de mí; al llegar a la cueva entramos, y vimos los lienzos echados, y el sudario que servía de mortaja, mas él no estaba; entonces nos regresamos muy confundidos

Después de esto, un día que estábamos encerrados por miedo a los Judíos ¡SE NOS PRESENTÓ EL SEÑOR!, sí, era él, había resucitado, todavía tenía las señales de los clavos en sus manos y en sus pies, y nos dijo: Yo soy, no temáis, tocad y ved que el espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo; y ahora, como me envió el Padre, así también yo os envío

Luego se dirigió a Pedro diciéndole que lo tenía qué glorificar con su muerte; y Pedro se me quedó viendo, y le dijo al Señor: Señor, ¿Y éste qué?, y el Señor le dijo: Si yo quiero que él quede hasta que yo venga, ¿Qué a ti?, tú sígueme

Desde entonces comenzaron a decir los demás discípulos que yo no iba a morir, y que yo era el discípulo más amado del Señor; pero realmente el Señor no dijo eso, aunque sí me amaba como yo a él

Finalmente nos llevó el Señor al monte de las Olivas, y nos dijo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra, por tanto id y predicad el Evangelio a toda criatura; el que creyere y fuere bautizado será salvo; mas el que no creyere será condenado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo

Y cuando acabó de decirnos estas palabras, levantó las manos y nos bendijo, y comenzó a ascender lentamente al cielo, hasta que una nube lo envolvió y lo quitó de nuestros ojos; y aunque él ya no se veía, nosotros todavía estábamos viendo al cielo, y recordando las palabras que antes nos había dicho: VENDRÉ OTRA VEZ.

DIOS LE BENDIGA.

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