16. Yo negué a Jesús

— Me sorprendió mucho cuando llegó corriendo mi hermano Andrés, y casi gritando me dijo:

— ¡HEMOS HALLADO AL MESÍAS! ¡SIMÓN! ¡HEMOS HALLADO AL MESÍAS!

— Al principio no entendí bien lo que me decía así tan repentinamente, mas luego me explicó:

— Hemos hallado al Mesías, aquel de quien escribió Moisés, y Juan el Bautista dice que éste es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo

— Todavía sin reponerme bien de la sorpresa, me dijo:

— ¡Ven para que lo conozcas!

— Estupefacto me dejé conducir por mi hermano, sin acabar de comprender aquello; y mientras caminábamos, él me iba platicando como lo conoció; pero yo iba pensando si sería el mismo personaje de quien hablaron todos los profetas; ¿Sería posible?

Cuando llegamos él estaba orando; levantó la vista y se dirigió a mí, me miró fijamente como si ya me conociera y me dijo: Simón, hijo de Jonás, desde hoy serás llamado Pedro; me quedé mudo, no supe qué contestar

Desde ese día no pude apartar esas palabras de mi mente, pensando en qué podía significar aquello, hasta que un día que arreglábamos las redes Andrés, Jacobo, Juan y yo; llegó el Señor y nos dijo: Mozos, retirad el barco un poco; lo hicimos, y desde ahí predicó a las gentes

Al terminar nos dijo: Echad la red en alta mar; yo entonces le dije: Señor, habiendo trabajado toda la noche nada hemos pescado, mas en tu palabra echaremos la red

Cuando lo hicimos encerramos tan gran multitud de pescado que la red se rompía; al ver ese milagro caí de rodillas a sus pies diciendo: ¡Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador!, pero él me dijo: No temas, desde ahora pescarás hombres

Anduvimos más de tres años con él, y la vida con él fue maravillosa; él era muy especial, excepcional, simplemente increíble, yo quería ser como él

Recuerdo que una vez acabando de predicar nos dijo que nos fuéramos a la barca a esperarlo; el caso es que llegó la noche y él no venía, y cuando pensábamos que ya no iba a venir, resulta que antes del amanecer, lo vimos que venía hacia nosotros ¡CAMINANDO SOBRE LAS AGUAS!

Fue tanta la impresión que pensamos que sería un fantasma, porque todavía estaba obscuro y no se veía bien, hasta que nos habló y reconocimos su voz. Esta era para mí una buena oportunidad de ser como él, y le dije: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas, y yo iré; y él me respondió: Ven

Me bajé del barco y noté que el agua estaba firme, como congelada, así que comencé a caminar hacia él; me sentí importante: Ya era yo como él. Pero el viento estaba muy fuerte y vi que levantaba grandes olas, pensé entonces que si me hundía, qué sería de mí; sentí luego que el agua ya no estaba firme, que otra vez estaba líquida y empecé a hundirme, entonces clamé a él: ¡SEÑOR SÁLVAME!, y él acudió presto y me salvó, pero me reprendió por haber dudado; yo me sentí frustrado, fracasado

De todos modos yo pensaba que cuando él muriera me iba a dejar a mí de Maestro, porque una vez que nos preguntó nuestra opinión acerca de él, yo me adelanté y le dije: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente

Creo que le gustó mi respuesta, porque enseguida me dijo: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, mas mi Padre que está en los cielos, y a ti daré las llaves del Reino de los cielos, y todo lo que ligares en la tierra será ligado en los cielos, y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos

Otra vez me volví a sentir importante, los miré a todos, y francamente me dio lástima de que a ninguno de ellos escogiera, sino a mí, principalmente Juan, que era muy sentimental; pensé en nombrarlo mi secretario

Lo que no me gustó fue que enseguida nos dijo que sería crucificado; entonces yo, como su asistente que era, me vi en la obligación de salvarlo; le dije que no se preocupara, que yo lo podría librar de la muerte, llevándolo a Egipto, o a Persia, o a Grecia, o a donde él quisiera, y podríamos comenzar de nuevo

Pero creo que se enojó conmigo, porque me dijo:

— ¡APÁRTATE DE MÍ, SATANÁS!,¡ME ERES ESCÁNDALO!, PORQUE NO ENTIENDES LO QUE ES DE DIOS, SINO LO QUE ES DE LOS HOMBRES

— Lo malo es que me lo dijo delante de todos y en voz alta, y en consecuencia bajó mucho mi popularidad

A veces no le entendíamos, recuerdo que una vez estábamos comiendo el cordero Pascual, cuando inusitadamente se ciñó una toalla, y ¿Saben lo que hizo? ¡NOS LAVÓ LOS PIES A TODOS!; como discípulos que éramos, nosotros teníamos que lavarle los pies a él, no él a nosotros; pero él hacía todas las cosas al revés, o no sé si ese era el derecho; pero eso es algo que no me parece propio de su dignidad

Lo que más me duele, y no se me puede olvidar es aquella vez que nos dijo:

— Esta noche todos vosotros seréis escandalizados en mi Nombre, y me dejaréis solo

— Esa era la oportunidad que yo esperaba para reafirmar mi ya deteriorada jerarquía, y le dije en presencia de todos: Maestro, es posible que todos estos se avergüencen de ti, pero yo no; si es necesario a la cárcel o a la muerte, allá iré contigo; pero él me respondió:

— No digas eso, Pedro; yo te aseguro que antes de que el gallo cante, me negarás tres veces

— Esa noche nos fuimos al huerto de Getzemaní , como siempre, pero luego llegaron muchos con palos y antorchas para llevárselo, y yo como su Escolta que era, me vi en la obligación de defenderlo; agarré una espada, y le iba a partir la cabeza a uno de ellos, pero se agachó y ‘nomás’ le volé una oreja; pero otra vez el Maestro me volvió a regañar en presencia de todos, y para colmo de mis males, los soldados se enojaron conmigo y me querían agarrar también a mí; si no es que corro como gacela, me habrían alcanzado; no lo pensé más, y cuando vi, ya todos habíamos corrido, mientras Jesús sanaba al hombre de la oreja mocha

Pero no me alejé mucho, porque pensé que en cualquier momento el Maestro podría solicitar mi ayuda para escapar, y yo estaría presto a brindársela. Me confundí entre la gente, pero una mujer se me quedó viendo, y me dijo delante de todos:

— ¿QUÉ NO ESTABAS TÚ TAMBIÉN CON EL GALILEO?

— Lo bueno es que sé fingir un poco, y le dije, aparentemente sorprendido: Mujer, no sabes lo que dices

Más adelante me estaba calentando al calor de una fogata, donde había muchos soldados, y un varón me dijo en voz alta:

— ¿NO ERES TÚ UNO DE LOS SEGUIDORES DEL NAZARENO?

— Hombre, por Dios, que me comprometes, eso ni lo pienses

Y cuando los soldados traían a Jesús al Pretorio, yo me acerqué para que él me viera; y todo habría salido bien, si no hubiera sido por un soldado que me reconoció, y me dijo:

— ¡TÚ TAMBIÉN ERES GALILEO!

— Tuve qué jurarles para que me creyeran: LES JURO QUE NI LO CONOZCO

Jesús oyó mi voz y me miró por un instante; yo me sentí como un insecto insignificante, y maldecía mi suerte: ¿Por qué tenía qué pasar en ese preciso momento? Y el gallo cantó, y me hizo recordar las palabras del Señor

Hasta entonces recapacité: Oh Dios mío, ¿Qué he hecho? He negado al Señor, y él dijo que al que lo negara delante de los hombres, él también lo negaría delante del Padre celestial y de los ángeles

¡Oh, qué tragedia! Y todo por mi necio afán de sobresalir sobre los demás, ¡Oh, Señor, te he negado! ¡Te he negado!

Salí fuera y caí de rodillas llorando; quería que me tragara la tierra, o que me cayera un rayo; me sentía el más miserable de todos los hombres

No sé cuánto tiempo quedé ahí caído, llorando; ya todos se habían ido, me quedé solo, me sentía muerto en vida

Después supe que lo crucificaron, y que resucitó, pero nada me hacía reaccionar; yo solo sabía una cosa: QUE HABÍA NEGADO A MI SEÑOR

Un día, simplemente por hacer algo, me fui a pescar; en el camino me encontré con los demás discípulos y todos nos fuimos a pescar en la barca; ya no veía yo a mis condiscípulos como inferiores a mí, aún cuando ellos no se dieron cuenta de lo que había sucedido

Al regresar, Jesús estaba a la ribera, y al llegar nos dijo: Mozos, ¿Tenéis algo de comer? Y él comió con nosotros; mas ninguno osaba preguntarle ¿Tú quién eres? Sabiendo que era el Señor

Yo no me atrevía ni siquiera a levantar la vista, estaba avergonzado; él sabía todo

Al terminar se dirigió a mí, y me dijo: Simón hijo de Jonás, ¿me amas?

Sin levantar la vista respondí: Sí Señor, tú sabes que te amo; él me dijo: Apacienta mis corderos

Volvió a preguntarme: Simón, hijo de Jonás, ¿Me amas?

Sí Señor, tú sabes que te amo

— Apacienta mis ovejas

— Pero me volvió a decir por tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿Me amas?; me dio mucha tristeza que me preguntara por tercera vez, y levanté mis ojos preñados de lágrimas, y le dije: Señor, tú sabes todas las cosas, tú sabes que te negué, pero también sabes que te amo

— Entonces te encargo mis ovejas

— Sí Señor, en tu Nombre las cuidaré.

DIOS LE BENDIGA.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Recuerda ¡Cristo te ama!

Llámanos o completa el siguiente formulario y nos pondremos en contacto contigo. Nos esforzamos por responder todas las consultas a la brevedad.