Ahí va el Vendedor llevando en su morral su valiosa mercancía, antes de salir se encomendó a Dios, y su familia se quedó orando por él, pues el negocio ha venido de más a menos; y ahora se propusieron, por Fe, vender toda la mercancía
Y ahí va, feliz, cantando un himno, y aunque ya es un anciano, su paso es firme y jovial; así llega al mercado y tiende su puesto
Después de una breve espera, llega un cliente y le pregunta:
—– ¿Cuánto cuesta este librito?
— No cuesta nada, señor, está subsidiado
— ¿Qué significa subsidiado?
— Que es tan valioso, que usted no lo podría pagar, y por eso un hombre muy rico lo pagó para que usted lo pudiera adquirir fácilmente, lo único que tiene que hacer es aceptarlo y ya
— ¿Y quién es ese Señor?
— Se llama Jesús de Nazareth
— ¿En verdad es tan valioso? ¿Qué es lo que contiene?
— Es la palabra de Dios con un mensaje de Salvación para librarse del pecado y del infierno, y la clave para entrar al cielo, para vivir con Dios y con Cristo eternamente
— Ah, eso no me interesa, ni regalado
Y frunciendo el ceño, dando la media vuelta se fue
Y así va transcurriendo el día, repitiéndose muchas veces el mismo diálogo, con los mismos resultados
Pero el vendedor no pierde la entereza, y aunque ha llegado la hora de comer, él permanece allí en su puesto, pues más que la comida, le interesa vender su mercancía, y en lugar de desalentarse, comienza a vocear: ¡BIBLIAS! ¡EVANGELIOS! ¡NUEVOS TESTAMENTOS!
Pero al llegar la tarde, su pecho ha enronquecido, y su voz ya no es audible; sobre su rostro sudoroso y tostado del sol, comienzan a rodar por sus mejillas dos gruesas lágrimas que llegan hasta sus labios, y aunque saben a sal, a él le saben amargas, muy amargas, como la hiel; pues se ha terminado el día, y él no había podido vender ni una sola porción bíblica,
Es cierto que el negocio había bajado mucho, pero nunca le había ido tan mal, todavía ayer había logrado vender un folletito
Todos los comerciantes han levantado ya sus puestos, ya no hay gente en el mercado, ya se hizo de noche
Pero él sigue allí, sentado en un banquito tras de su puesto, cabizbajo, está llorando
Él ha dejado su familia, el amor de sus hijos, el calor de su hogar, hasta su trabajo; las pocas pertenencias que tenía, las vendió para comprar aquella mercancía que tanta falta le hacía a la humanidad, pero que nadie la quería; ya se estaba haciendo vieja de tanto llevarla y traerla, se siente frustrado, fracasado
La música estridente de la vida nocturna comienza a tocar, los anuncios luminosos de luces multicolores brillan alegremente, casi en todas las casas hay fiesta y baile, en los cines y teatros pletóricos de gente hacen largas filas para poder entrar, el bullicio es creciente
Pero él no ve ni oye nada, está sumido en su tristeza y en la oscuridad de la noche
De pronto oye los pasos de alguien que se acerca, y lentamente levanta la vista; pero no se ve bien
Aquel personaje se detiene allí, y le pregunta:
— ¿Por qué lloras buen anciano?
— Mi mercancía, Señor, nadie me la quiere comprar
— ¿Y qué vendes, buen hombre?
— El Evangelio de Jesucristo que salva a los hombres; pero a nadie le interesa la Salvación, solamente piensan en divertirse
— Yo te la compro toda
— Pero, ¿Quién es usted, Señor?
— Yo soy un Caminante que he andado errante durante muchos años buscando cada noche un rincón para posar; pero este día nadie me quiso hospedar; por lo tanto, hoy he terminado mi recorrido sobre la tierra
— ¿Qué significa eso?
— Que se han acabado los hombres de buena voluntad, y la maldad se ha multiplicado
— Pero en mi humilde casa puede posar
— Tú ya me diste posada en tu corazón, ahora véndeme tu mercancía
— Pero ¿para qué la quiere toda?
— Porque esta noche se les hará juicio a todos aquellos que la conocieron y la rechazaron, estos libros estarán allí por testigos contra ellos; ven conmigo, tú mismo les harás el juicio
— Señor… ¿Es… usted… Jesús?
— Sí, Benigno, tu oración oí, y vi tus lágrimas; por tanto he venido a rescatarte; ven, bendito de mi Padre a heredar el Reino que tengo preparado para ti desde la fundación del mundo
Así es llevado a las alturas mientras comienzan a caer grandes bolas de fuego que calcinan la tierra
Al llegar a las alturas ve mucha gente que fue salva, todos con túnicas blancas y Biblias en sus manos; pero él busca ansiosamente a su familia, y cuando la encuentra exclama con gran gozo: ¡Miriam!, ¡hijos!, ¡Gracias a Dios que también ustedes se salvaron!
Si, Benigno, estábamos orando para que vendieras toda tu mercancía, cuando llegaron dos ángeles y nos dijeron: él ya vendió toda su mercancía, vengan con nosotros
— ¡Bendito sea el Señor para siempre! ¡Cantemos alabanzas a santo Nombre!